National Arda II
Eloy Bouzas "Ancamal" y Mario Herrero "Ardias"
Esta historia nos sucedió a nosotros mismos, nosotros, pobre Smágol, pocos días después de conocer a aquella ent-mujer que nos desveló el misterio del enigma que las rodeaba a todas ellas. Aquel día, después de saborear un delicioso pescado recién atrapado, no supimos qué hacer, y nos dedicamos a recorrer la Tierra Media en busca de aventuras. Claro, uno no recorre la Tierra Media de cabo a rabo así como así. A no ser, claro, que avanzase a caballo, como los Rohirrim, o volando, como las Grandes Águilas. Claro, nosotros no poseíamos alas, y tampoco disponíamos de caballo ni queríamos tenerlo. Desgraciadamente, tampoco contábamos con una hueste de uruk-hai que perseguir durante días sin descanso, ni una guindilla clavada en la lengua, ni un petardo del Peregrino Gris en el... en el sur.
Después de días de viaje, pescados y dientes negros, nos encontrábamos cruzando las tierras de Rohan, que una vez pertenecieron al rey Théoden. Oímos un ruido lejano de caballos, que se acercaron velozmente con Rohirrim a la grupa y pasaron a nuestro lado, haciendo que cayéramos hacia atrás y se nos escurriera el taparrabos. Cuando nos hubimos cubierto bien esas cosas, nos dispusimos a continuar nuestro camino. Pero nos fijamos en que en medio del barro del camino y las huellas de los corceles había un papel doblado. No parecía mojado y tenía pinta de folleto publicitario. La carátula era negra, con imponentes ojos rojos estampados en las esquinas, y la portada decía así:
Constructoras Barad-Dûr S.A., con el apoyo de la insuperable fuerza física de Bárbol y amigos S.L, se enorgullecen enormemente de presentar al público un evento imprescindible en nuestra historia:
¡Mordor Expo 2006!
Información detallada en el interior.
Aquello parecía realmente interesante, así que lo abrimos. Habían dispuesto algunas fotos por el folleto, en las que aparecían una gran puerta negra, una torre con un imponente ojo de fuego encima, y un gran volcán activo. Nos pusimos a leer con atención el artículo del folleto, que decía así:
Estimadísimos lectores de la Marca, Gondor, La Comarca, o de cualquier punto de la Tierra Media que no consideramos necesario nombrar: Después de meses de arduo trabajo, en el que conseguimos levantar una superficie sólida en las ruinas de lo que fue una vez el territorio de alguien muy temido, Constructoras Barad-Dûr S.A. y Bárbol y amigos S.L. se enorgullecen de ofrecerles una oportunidad única.
Hasta hace poco, pasearse por entre los pedregosos cimientos ennegrecidos, acercarse al imponente Monte del Destino, o contemplar la inmensa torre de Barad-Dûr fue un privilegio sólo al alcance de quien ahora recordamos como Frodo el Nuevededos. Pero ahora usted, sí, ese que está mirando esta cuidada caligrafía, o escuchándola a voz de otro, tiene la oportunidad de visitar las tierras de Mordor, que nos hemos tomado la molestia de reconstruir fielmente y en el mismo lugar para deleite de todos ustedes. Están todos invitados a la Gran Apertura de la Puerta Negra, que esta vez no será empujada por trolls con cuerdas sino por la tecnología, esa ciencia de metal y ruedas que destruyó la mente a cierto Istari.
¡Vamos! ¡No se lo piense más! Los mil primeros recibirán un casco de orco oxidado y un pedazo de roca de la torre de Cirith-Ungol.
¿A qué esperas? La Puerta Negra se ha abierto para ti.
Tuvimos que releerlo un par de veces para hacernos a la idea. ¿Deberíamos ir? ¿Visitaríamos las tierras de Mordor, donde murió nuestro honrado padre en las llamas del Destino? Sí, iríamos. No perderíamos la oportunidad.
Así que nos pusimos en camino. La verdad es que tardamos un tiempo considerable. Al llegar, vimos la imponente Puerta Negra, cerrada. Pero parecía muy nueva, y la capa de pintura se delataba con el brillo de la luz del sol.
Ante el pliegue por el que debía abrirse aguardaba una inmensa multitud de criaturas de toda clase, aunque no podemos asegurar que hubiese más de mil. Nos daba igual el casco de orco, pero el trozo de torre era una reliquia de bastante nivel para guardar en casa, al lado de la espina del pescado de oro que devoró nuestro padre y la réplica en madera que hizo de un anillo que perdió una vez.
Nos acercamos. Preguntamos quién era el último, pero nadie contestaba, y montaban un gran alboroto. Entonces, la Puerta Negra emitió un potente crujido, y una voz resonó en todo el valle, diciendo:
- ¡Bienvenidos sean todos a Mordor! ¡Podrán entrar sin temor a ser aplastados por el garrote de un troll o enloquecidos con la mirada de Sauron, pero no garantizamos que la réplica de Barad-Dûr, construida por el joven ent Faket, no pueda oscilar demasiado y golpear sus coronillas. Ahora, ¡pasen y vean! ¡Disponen de toda la tarde para contemplar las maravillas de Mordor!
Resonó un nuevo crujido, y muy lentamente, la Puerta Negra se abrió de par en par. La multitud entró a toda prisa, como si fuesen ellos quienes sufriesen el impacto del petardo de Mithrandir.
Nosotros avanzamos también con cierta velocidad, pero no por prisa para entrar sino para evitar tener que esperar a la entrada de una nueva horda de trasgos que avanzaba rápidamente hacia la Puerta Negra.
El espectáculo era impresionante. Al entrar, vimos un inmenso llano de tono oscuro, con un relieve pedregoso y fantasmagórico, cuyo oscuro ambiente se mezclaba con los gritos y chillidos curiosos de los visitantes. Nada más pasar de largo la Puerta Negra, un duro casco nos cayó en la cabeza produciéndonos un chichón considerable, y un trozo de roca grisácea nos golpeó la coronilla. Tras recuperarnos del golpe e intentar caminar con poco tambaleo, continuamos nuestro paseo por la reconstrucción de Mordor. Avanzamos girando levemente hacia nuestra derecha. No tardamos mucho en llegar a una elevada torre que se alzaba cerca de un estrecho paso que a su vez conducía a un oscuro túnel, cuya entrada estaba protegida por la maqueta de una enorme y temida araña, o al menos lo parecería de no estar encogida ante un frasco que emitía un brillo azulado. Giramos y volvimos sobre nuestros pasos, pero alejándonos de la Puerta Negra. Aunque antes no nos habíamos dado cuenta, el llano pedregoso que se extendía ante nosotros estaba plagado de maquetas horripilantes de trolls, orcos, mumakiles y mucho más. De camino hacia una gran torre oscura, pasamos al lado de una inmensa maqueta de mumâkil a la que se le había roto o le habían cortado un colmillo, todo enterito.
Seguimos avanzando, y nos dimos un buen susto cuando una luz rojiza muy potente nos deslumbró la mirada. La luz provenía de lo alto de la torre, pero al fijarnos bien nos dimos cuenta de que era un foco, luz artificial de los humanos. La delataban los numerosos cables que colgaban del gran ojo que aparentaba ser de fuego. Sin duda alguna, aquella era la torre de Barad-Dûr, antaño la torre en la que el temido Sauron vigilaba las entrañas de la Tierra Media. Nos acercamos a la entrada. Un personaje muy alto, con orejas puntiagudas y un arco a la espalda hacía guardia a un lado de la puerta, y al otro, un enano con calva, muchas canas en la barba y un hacha aferrada en la mano. Nos acercamos a ellos. El enano, con un susto, alzó su hacha contra nosotros.
- ¡Por todas las rocas de Moria! ¡Es él, Legolas! ¡Es ese engendro que, según Gandalf, cayó a la grieta con el Anillo en la mano! ¡Ven aquí, y verás lo que es bueno!
- ¡Para, Gimli! –dijo el elfo, cruzando una mano ante el enano enfurecido-. Me da la impresión de que no es éste el que se llama Gollum. Más bien debe ser su... ¿Primogénito? Mis ojos de elfo no ven mucho acerca de la historia de los seres solitarios.
- ¡Dejadnos ya! –gritamos, con la mirada clavada en el hacha del enano- ¡Nosotros venimos a ver Mordor! ¡Dejadnos subir a la torre!
- Oh, con que era eso... –susurró el enano, bajando el hacha-. En fin, puedes subir si quieres, pero a la vuelta has de pagar entre cien y...
- ¡No! ¡Nos vamos a otro sitio! ¡Ya nos vamos!
Les dejamos ahí. No íbamos a pagar nada. Uno, porque no íbamos a gastarlo en subir a un torre que se oscila. Y dos, porque no tenemos dinero.
Así que nos alejamos y avanzamos hacia el gran volcán que llaman Monte del Destino. El ascenso fue complicado. Al final localizamos la entrada que había atravesado ese Frodo Nuevededos para tirar un anillo al fuego, pero que al final no quiso y nuestro padre se tiró con él. Con el Anillo, queremos decir.
Ante nosotros se extendía un camino estrecho de piedra maciza, que se alzaba sobre un gran precipicio que conducía a un gran lago de lava. Si fuese falsa o verdadera, nunca intentaremos comprobarlo.
Al final del camino habían colocado un pedestal dorado con una urna de cristal del tamaño de la palma de una mano humana. Nos acercamos, y miramos. La urna contenía algo... Lo que había dentro era... un dedo. Sí, un dedo, cortado, mordido o perdido. No sabemos quién va por ahí perdiendo dedos, o mordiéndolos a los demás. Ante la urna había un pequeño pergamino que decía:
El último dedo de Frodo, el dedo décimo, el que perdió aquí, el que le fue arrancado por el mordisco, el que le quitó Gollum Smeágol. El último dedo que se puso el Anillo, y que el Anillo tuvo dentro. En resumen, El Dedo, en mayúsculas.
En ese momento entendimos que El Dedo, con mayúsculas, era una gran reliquia, y si nuestro padre se la quitó a Frodo Nuevededos, entonces El Dedo pertenecía a nuestro padre, y ahora, a nosotros. Así que, después de mirar alrededor, rompimos la urna, cogimos el dedo y volvimos a casa. Al lado del anillo de madera y la espina dorada pusimos el trozo de roca de Cirith-Ungol y el casco oxidado de orco, y al lado, El Dedo, con mayúsculas. Y así termina esta aventura, aunque esperamos que no sea la última que vivamos en la Tierra Media.
© Eloy Bouzas "Ancamal" y Mario Herrero "Ardias", 2006.